Si hace quince años alguien me hubiera dicho que pasando los 30 iba a estar en una de las etapas más emocionantes de mi vida, me hubiera carcajeado en su cara.
Últimamente el sentido que tengo del tiempo se ha distorsionado bien raro; para empezar eso de que la edad es mental cada vez me queda más claro. Cuando tenía 25, me sentía súper ñora. No sé si por que 10 kilos de ricas garnachas acumuladas en mi cuerpecito eran las culpables, o porque con un marido, una hija y una casa creía que hasta ahí había llegado mi época de destrampe juvenil, jaja.
Y es que en mis épocas de inocente pubertad era mucho más sencillo eso de las relaciones de pareja: te gustaba un niño, le gustabas y "andaban". Hasta que alguno de los dos se aburría y "cortabas". O llegara alguien más vivo y diera "baje". Pero todo era bastante claro.
Eso ya es cosa del pasado: ya no "andamos"; "salimos". Y aunque puede llegar a ser muy confuso, tiene ese espíritu de comodidad que lo hace tan atractivo. Nos limitamos a no hacer compromisos, simplemente es el hoy y ahora; dejamos de "batallar".
Por eso a veces me dan ganas de enamorarme. Pero me acuerdo de que me llegaba el apendejamiento y es cuando me arrepiento. Si, hoy estoy en una de esas etapas de reina del drama. Y se lo debo a mi amiga Hilda, esa telefonitis que suele darnos a las 5 de la tarde tiene sus consecuencias.
De todas formas no es tan malo que nos rompan el corazón en miles de pedacitos... Esa sensación de que estoy viva y todavía pueden gustarme las cursilerías de adolescente no va a cambiar aunque llegue a los 80!

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