Maratón internacional Tangamanga 2019. Voy por 10 kilómetros.
Salida: estoy muy emocionada, pero nerviosa, hace más de un año que corrí por última vez una de 10, y lo hice acompañada por mi Coach. Hay mucho tráfico, los corredores van enfilándose a la derecha o izquierda, porque en pocos metros se dividen los que van a 5 y 21, y los que vamos por 10 kilómetros.
Kilómetro 1: voy demasiado rápido, tenía pensado comenzar mucho más despacio. Empieza mi pesadilla, la subida de Chapultepec. Los chicos del equipo con el que corro ya se me perdieron. Adelante va una chica con una playera rosa fosfo. Trato de concentrarme en el color, porque mis rodillas comienzan a decir "¿otra vez con tus mamadas de traernos en chinga?"
Kilómetro 2: sigue la subida pero ahora a un costado del periférico, algunos empiezan a caminar. A unos metros veo un baño, quiero parar. Tengo nauseas y quiero vomitar. ¿Qué chingados estoy haciendo aquí? Quiero hacer menos de una hora con quince minutos y parezco tortuga. ¿Qué necesidad tengo?
Sigo viendo a los que se están deteniendo y mejor caminan. Y no me puedo sacar de la cabeza que yo debería hacer lo mismo.
Kilómetro 3: veo la marca del kilometraje en el suelo. No me paré en el baño a vomitar, así que ya es un avance. Como a 20 metros veo (o medio veo, porque no llevo lentes para mi hipermetropía y astigmatismo), a una de las chicas de mi equipo caminando. Cuando la alcanzo, le toco el hombro y le digo "Vamos, dale". No sé en qué momento la pierdo, pero ya casi se termina la pesadilla de las subidas. Además, la idea de colgar otra medalla en mi sala no suena tan mal.
Kilómetro 4: ¡por fin! Acaban las subidas, no voy escuchando la aplicación que uso para medir mi tiempo, distancia y ritmo, así que no tengo ni puta idea de cómo voy. Ya ni siquiera soy una tortuga, ahora soy un caracol. Ya me vale madre el tiempo que voy a hacer, de todas formas soy bien lenteja. Voy a disfrutar la carrera, el parque, que hay mucha hidratación, que va más gente haciendo lo mismo que yo. No creo hacer menos de una hora quince, así que mejor disfruto del paisaje.
Kilómetro 5: esto es lo máximo, voy de bajadita, mis piernas van sueltas y lo agradecen, trato de dar zancadas más grandes. Voy recordando la voz de Richo que me decía, "aquí métele". De algo me deben servir este par de piernas largas que Dios me dio. Hay un puesto de hidratación con los bomberos y tienen un ambientazo, lo siento por el calorón que debe estar pasando el que está dentro de la botarga de perrito. Veo el tapete de marcaje a la mitad del recorrido. Me detengo un poquito para pisarlo. Ya es la mitad, ya no hay marcha atrás, aunque me quiera regresar. Unos niños tienen cartulinas que dicen "Toca aquí para más power". Obvio, las toco; es lo que más me hace falta. ¡Power!
Kilómetro 6: estoy a punto de llegar a la avenida principal del parque. Eso quiere decir que pronto estaré en una de mis zonas favoritas: "La Oreja". A partir de aquí hay muchas personas esperando tomarle fotos a sus familiares o amigos. Yo vine sola. A mi nadie vino a tomarme fotos, ni a echarme porras, y mis compañeros también están corriendo. Así que no hay quien tome evidencia fotográfica de nuestro esfuerzo.
Kilómetro 7: mi coach siempre me regaña por querer tomar fotos o grabar a media carrera. Ya me vale madre, de todas formas no creo hacer menos tiempo. Saco el celular y como puedo, grabo unos segundos de la carrera. Estoy en "La Oreja". Se ve tan bonito que aún somos un chingo de personas dándole lo mejor que podemos. Algunos ya caminan y otros le meten más para cerrar con todo.
Kilómetro 8: unos metros delante mío va un hombre con una playera que dice "Zárate". Me pregunto si es Osvaldo. Se que también está corriendo pero no estoy segura si es medio, o los 42. Aquí fue donde ya no pude seguir hace 3 semanas que vine a hacer un reconocimiento de la ruta con mi Coach. Esta vez no me siento mal. Y si ya corrí 8, ¿que más da que corra otros 2?
Además este kilómetro va por un costado del lago. Se ve muy lindo. Eso si, voy tragando decenas de mosquitos. Me preocupo más por no ahogarme con los moscos que por la falta de aire.
Kilómetro 9: veo la marca del último kilómetro en el piso. Buena parte de este tramo tiene subidas, mi pesadilla. Los meniscos también lo sienten. Para salir del lago es una rampa muy empinada. A partir de ahí es subida, pero más leve. Doy vuelta a la avenida donde está la meta. Faltan como 300 metros, según yo. Cada vez hay más gente gritando y apoyando. Escucho que dicen "¡Ya llegaste, dale!", "¡Ya lo tienes!". Veo cartulinas con frases motivadoras, aunque algunas no las alcanzo a leer. Poco a poco, veo más cerca el letrero de META, aunque no alcanzo a ver el tiempo. En los audífonos empieza a sonar New Radicals: "One, two, one, two, three... Wake up kids, we’ve got the dreamers disease..."
Trato de correr de verdad, por lo menos para que en la foto que toman cuando cruzas la meta, parezca que no le hice al cuento. Veo el reloj: 1:12:21. ¡No mames! Es menos de la hora con catorce que yo tenía pensado hacer. ¡No mames, no mames, no mames! Cruzo la meta con la sonrisa más grande que pude haber tenido.
Kilómetro 10: Saco el celular, detengo el conteo de la carrera y me sale una imagen que dice "Felicidades, estableciste un nuevo récord personal de 10K, 1:11:52". Voy caminando hacia donde te entregan la hidratación y el kit de recuperación. Captura de pantalla y se la mando a mi Coach; su respuesta es "¡no mames!, ¡que chingón!". Llego a la parte donde entregan las medallas. Hay varios chicos colocándolas. Yo me dirijo con una chica y me dice "Felicidades", y le respondo ¡Muchas gracias! Yo hasta la quería abrazar, pero toda sudada no iba a ser nada agradable.
Veo a los chicos de mi equipo, se me acerca Lety, a quien conozco desde la secundaria y siempre ha sido una mujer muy deportista, y me pregunta "¿cómo te fue?"... Yo venía por 1:14 y me llevo un 1:12, ¡estoy muy feliz!
Me detengo unos segundos a ver la medalla, valió la pena.
Y valió la pena para Osvaldo, que completó su maratón. Para Fede, que hizo su medio y llegó a la meta acompañado de su hija Mariana. Para Jeka, que corrió sus primeros 5K y quedó encantada con seguir corriendo. Para Victor, que con todo y su lesión acabó los 5 kilómetros. Para Carlos, a quien varias veces me encontré entrenando cuando yo iba de camino a recoger mi coche a la salida del trabajo. Para mis primos y mi sobrino, que siempre corren en familia.
Para mi valió la pena ir en las noches a pelear mi caminadora favorita, aunque estuviera fastidiada y hubiera tenido un mal día. Valió la pena ir al parque que está por mi casa y solo mide 250 mts. a dar decenas de vueltas. Ir al Tangamanga temprano en mis días de descanso. Valió la pena todo el tiempo que le dediqué a aguantarme a mi misma... y aunque me caigo muy bien, a veces ni yo me tolero. Valió la pena aclarar la mente y ejercitar el cuerpo.



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