Juanga no se equivocó al decir que la costumbre es más fuerte que el amor. Por eso no salimos de "la zona de confort". ¿Les ha pasado?
Y es que a veces llegamos a cierto punto en el que lo desconocido ya no es divertido. Es cansado tener que tejer una historia y un contexto nuevos. Nos gusta lo familiar, lo cotidiano.
No es lo mismo despertar en un lecho conocido, que en una cama extraña. Dormir a pierna suelta sin pensar, sin estar consientes del pudor, el maquillaje, los ronquidos, el roce casual.
Cuando existen antecedentes no es necesario dar explicaciones, y se construye la complicidad. Por eso no salimos de lo mismo.
Las conquista, el cortejo, pasan a ocupar el puesto de honor en el plano de la irrelevancia. Ahí no hay recuerdos. Y a final de cuentas estamos hechos de eso. De lo que fuimos y de lo que vivimos en el antes. Por eso nos atoramos.
Las relaciones, esa madeja de hilos revueltos se entrelazan de formas tan extrañas como el tejido de crochet de la abuela. Con su infinita cantidad de formas y colores.
Es más sencillo lidiar con el hilo conocido, ese que ya sabemos hasta donde se puede torcer sin romper, ese que ya sabemos de donde viene, con todo y sus nudos y hasta dónde va a llevar. Por eso no nos dejamos.
